La prestigiosa revista Capital me propuso publicar un artículo de opinión que escribí con mucho gusto en el número del mes de julio y que comparto con vosotros a continuación.
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La situación de crisis que venimos padeciendo en España en los últimos cinco años tiene una solución que implica poner ‘patas arriba’ nuestro actual concepto del desarrollo empresarial y económico y por eso me gustaría compartir una lectura diferente de lo que está ocurriendo en el mundo, sus implicaciones en nuestra economía y qué debemos hacer para salir de esta maldita situación.
Varios son los fenómenos que han ocurrido en los últimos años que han desembocado en una pérdida de competitividad de nuestra economía. La globalización se origina combinando dos de ellos: la desregulación y el desarrollo de las TIC.
La desregulación nace de los acuerdos de Bretton Woods en 1944 que propician el boom del comercio internacional, el outsourcing, el movimiento de capitales y el desarrollo del transporte. Mientras que las TIC propician la transferencia del conocimiento y la tecnología reduciendo los costes de coordinación.
La primera consecuencia es la fragmentación de la cadena de valor, desplazando la industria a países con menores costes de personal. En 1995, el GATT se convierte en la OMC y se acelera el proceso de integración y de interdependencia mundial.
El efecto principal es la aparición de países emergentes (antes en vías de desarrollo y antes, subdesarrollados) y de sus empresas líderes gracias a la tecnología y al aprendizaje consecuencia de la inversión directa extranjera y de la existencia de cadenas globales de valor, y al desarrollo de sus sistemas de educación.
Este fenómeno provoca que las claves competitivas migren a otros países. El coste, la tecnología y la marca eran tradicionalmente las bases sobre las que se sustentaba la competitividad occidental. Esto ha desaparecido, especialmente en nuestro país. No tenemos costes laborales bajos, estamos especializados en tecnologías medias y sectores maduros y no disponemos de marcas premium, salvo alguna reseñable excepción. Además, se incorporan dos elementos nuevos: la financiación y la diplomacia comercial, estatal o corporativa.
Evidentemente, el riesgo se convierte en oportunidad. La multilocalización (diversificación geográfica con inversión directa) es la primera de ellas.
La manera de exportar productos de tecnología media es a través de un posicionamiento geográfico robusto, y esto pasa por invertir en el exterior. La segunda oportunidad es el incremento de la clase media mundial. Entre setenta y ochenta millones de personas anualmente dispondrán de ingresos entre 6.000 y 30.000 dólares –por paridad de poder adquisitivo– desde ahora hasta 2030. Lo nunca visto. Por último, el rápido proceso de urbanización generará miles de proyectos de infraestructura.
¿Por tanto, qué hacer?
Primero, despertar.
No estamos en una crisis inmobiliaria y financiera, sino en una crisis de competitividad. Nos enfrentamos a un nuevo mundo con un cambio acelerado y permanente. Países emergentes heterogéneos, caóticos, confusos, extensos. La fragmentación de la cadena de valor complica la gestión técnica y cultural.
Y nos hemos vuelto periféricos: los intercambios comerciales con el Sur como origen se han multiplicado en los últimos diez años, y sobrepasarán a los de origen Norte dentro de cinco años.
¿Cómo hacerlo?
Mediante la internacionalización, con un liderazgo político generoso y participativo, incorrupto y capaz de construir un consenso alrededor de una visión convincente de lo que puede ser el futuro y lo que costará llegar hasta allí (incluyendo los sacrificios).
Además, apostando por las pymes: esto supone que a los más pequeños no se les puede dejar solos lidiando con sus vulnerabilidades y desafíos. Una pyme no puede afrontar sola este cambio colosal. Hay que ayudarle.
En este contexto, la Administración podría jugar un rol esencial. Si nuestra estructura empresarial fuera como la de Alemania o Francia con presencia de grandes empresas y un tejido mucho menor en el número de pymes, la Administración tendría otro rol en la internacionalización.
Sin embargo, ahora necesitamos un empujón para las pequeñas y medianas empresas, ofreciéndoles servicios avanzados como estudios de mercado senior, plataformas de compra en países de bajo coste, parques industriales o tecnológicos, servicios integrales de implantación de empresas, gestión de expatriados y diplomacia corporativa.
España está en crisis, el mundo no. Aprovechemos la oportunidad que nos brinda la globalización para acompañar a los países emergentes en su desarrollo, instalándonos allí y creciendo en ventas, exportaciones y empleo aquí.
Hemos demostrado que lo podemos hacer.
30.04.2014 a las 18:18 Enlace Permanente
[…] industrial no habrá trabajo. Y vuelvo a citar a Ugarte cuando en su blog habla de soluciones (http://www.josuugarte.com/la-unica-solucion-a-la-crisis/) Lo malo es que en esta feria electoral permanente es muy difícil exponer las cosas con claridad. […]